Contundente diagnóstico educativo

Daniel Gianelli

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| Columna publicada e 31 de Agosto de 2017

En tiempos de prevalencia de lo “políticamente correcto” se generalizan teorías pedagógicas que bajan exigencias educativas y procuran igualitarismo, desvirtuando los objetivos clásicos de las escuelas: lograr la autodisciplina del alumno y el aprendizaje de las destrezas educativas básicas.

Teorías que se han ido imponiendo y que priorizan la convivencia social, la articulación de “políticas inclusivas”, el rechazo a los prejuicios respecto de quienes son o se sienten “diferentes”, el cuestionamiento de las actitudes y comportamientos discriminatorios.

Afortunadamente se alzan voces que insisten en que las escuelas deben volver a acometer sus objetivos históricos, cuestión tan elemental como capacitar a los niños y adolescentes para incorporarse al mundo adulto.

Hay suficiente evidencia de que sin lograr esos aprendizajes básicos difícilmente las personas y las naciones podrán desarrollar sus potencialidades y avanzar en el mundo competitivo de hoy. En eso a todos les va el futuro.

Esto es particularmente relevante en un país en el que en las últimas décadas se ha generalizado una cultura indolente y autocomplaciente, poco competitiva, que desincentiva los esfuerzos individuales por superarse. Una cultura mesocrática, que desconfía —y recela— del éxito mientras evita desmerecer, y se esfuerza en hallar justificaciones, ante el fracaso.

Por enfrentar ese pensamiento políticamente correcto, pero sobre todo por su expresión frontal, llaman la atención, a la vez que llaman a una reflexión profunda, las declaraciones que sobre este tema tan actual formulara  la filóloga y ensayista sueca, Inger Enkvist (El País, 21/8).

Exasesora del Ministerio de Educación de su país, Enkvist ha trabajado durante más de tres décadas en colegios primarios y secundarios (también la Universidad) de Lund, y no anda con vueltas para manifestar sus convicciones sin reparar en las reacciones que sus dichos puedan provocar en el establishment y en ámbitos académicos, docentes y gremiales.

Autora de varios libros, entre ellos La buena y la mala educación,  ataca a la “escuela comprensiva”, cuestiona la intocable autonomía del alumno y la idea de su independencia formativa. Sostiene que ello “infantiliza y degrada la formación” del estudiante al “fragmentar su conocimiento sobre el mundo” y le “impide desarrollar hábitos sistemáticos de trabajo”. Rechaza el “espontaneísmo pedagógico” que considera que “todos los alumnos quieren aprender” y que “si se los deja en paz, aprenden solos”. Los niños, destaca, “tienen que desarrollar hábitos sistemáticos de trabajo y para eso necesitan que un adulto les guie. Aprender requiere esfuerzo y si se deja a los alumnos elegir, simplemente no sucede”.

A su juicio la mayoría de los sistemas educativos actuales carecen de objetivos claros y no ofrecen modelos ni ponen retos a superar, lo cual impide la creación de un horizonte tanto al alumno como a la sociedad.

Enkvist es crítica de pedagogos que han tenido mucha influencia en ámbitos docentes en nuestro país como el epistemólogo y psicólogo suizo Jean Piaget o el educador brasileño Paulo Freire. Descree de que un pacto educativo de todos los partidos sea la panacea para resolver el fracaso escolar que padecemos y considera clave disponer de un cuerpo docente altamente calificado —“los países con altos resultados tienen todos inteligentes, bien formados hasta la universidad y con un excelente lenguaje propio”— y “el apoyo de los padres, el ambiente que se respira en la casa del alumno”. Afirmación que fundamenta con una pregunta: “¿Por qué los descendientes de chinos lo hacen mejor que los mexicanos en California con exactamente el mismo sistema educativo?”.

 “Hoy —afirma sin rubor— las escuelas son guarderías para adolescentes”. Y agrega: “No hay ningún indicio de infelicidad generalizada entre los estudiantes con alto rendimiento escolar”. Dos frases con que suele provocar reflexiones sobre los problemas que enfrenta hoy la educación.

A su juicio, una de las razones por las que no se aborda seriamente la problemática educativa es porque “los políticos ya no se atreven a exigir que los alumnos estudien” porque “temen que se descubra que no todos avanzan igual”, lo cual “es inaceptable para la ideología de la total igualdad social”.

La “nueva pedagogía”, sostiene, es “un término vago  que apunta a las muchas modas que desvían a la escuela de su función de enseñar”, que considera “la convivencia en el aula como un aprendizaje más importante que las matemáticas”.

Lo democrático, añade, “no se ve como el derecho de todos al aprendizaje, sino como la obligación de todos de pasar por una convivencia social marcada por unas actividades variadas pero no tan centradas en el aprendizaje intelectual”.

Enkvist cree que tiene sentido seguir pensando en las asignaturas clásicas. “Las materias han sido elaboradas durante siglos y son excelentes para dar una base. (…) Hasta los 16 años sigue siendo fundamental lo de siempre: lectoescritura, conocimientos generales de geografía, historia, biología y matemáticas. Además aprender la autodisciplina de proponerse una meta y cumplirla”.

Esto, señaló, “se consigue aprendiendo primero a acatar las exigencias del profesor para después ser capaz de ‘darse órdenes a sí mismo’. Aceptar las reglas de comportamiento de la escuela es lo mismo que pasar por una socialización”.

“El alumno que ha aprendido lo básico, que ha aprendido a manejarse a sí mismo y que ha aprendido a acatar las reglas de la comunidad, es un joven listo para incorporarse al mundo adulto”, concluye.

Lo esencial para una buena educación, insistió, “no es la igualdad económica entre la gente, sino el esfuerzo cultural de la familia. Si hay bibliotecas y libros escolares gratis pero no se lee en la casa, es probable que el alumno no avance mucho”.

La educadora sueca remarcó lo que es obvio, que “la concentración y el orden en la escuela son necesarios para aprender” y rechazó cualquier tipo de asociación con criterios o políticas empleadas en tiempos de dictadura. “No importa la historia política previa del país. Si América Latina no quiere verlo, se condena a ir a la zaga de otros continentes”. Y agregó: “Los países del sureste asiático también han tenido experiencias políticas difíciles pero se han dicho que el futuro va a ser lo suyo. Y lo es”.

Enkvist asegura también que “el mundo del espectáculo da a los alumnos la impresión de que el esfuerzo es algo de otras épocas” y, si bien considera que las computadoras son útiles, cree que “esa utilidad cae si se desplaza a otros aprendizajes, que es lo que suele suceder (…) y puede resultar una distracción”.

Debido a estas teorías educativas complacientes todos los alumnos, concluye, “son víctimas porque pierden años importantes de aprendizaje” y “el Estado es víctima de sus propias pedagogías porque la inversión en educación no da todo lo que hubiera podido dar”.

En días recientes el ministro Astori destacó que en términos porcentuales los recursos asignados a la educación han aumentado más que el PBI y que lo mismo ha ocurrido con los salarios docentes. Pero, una vez más, Astori reiteró que los resultados del sistema educativo no se corresponden con el esfuerzo económico que está realizando la sociedad.

Con los sindicatos como socios del gobierno ¿se anima alguien a ponerle el cascabel al gato?