De sociales a policiales

De sociales a policiales

escribe Eduardo Alvariza

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"Fugaz" publicado el 31 de octubre de 2013

Las bodas distinguidas están bien organizadas. Los invitados, el whisky, el cotillón. Repasemos. Sacar algunos invitados de la lista, poner más whisky, ser creativos con el cotillón. María Liliana y Alejo se conocieron en un baile. Al principio, él no le dio pelota y ella se hizo la desentendida. Por esas cosas de la vida decidieron casarse y sus familias se lo tomaron bárbaro. Él era un profesional posicionado y también un empresario emprendedor, y ella, bueno, ella era la encantadora María Liliana, no necesitaba nada más. Alquilaron la chacra más exclusiva, la que tiene la mejor puesta de sol. Hay chacras donde el sol se pone feo, se oculta sin reverenciar a los novios. En cambio, en la chacra donde se casaron Alejo y María Liliana, el sol se ocultó y como por arte de magia los grillos se pusieron a cantar.

Después de la ceremonia, que estuvo preciosa, y de los saludos con familiares y amigos, que fueron muy afectuosos, los novios dieron el ejemplo y salieron a bailar. Todos los invitados les siguieron animadamente. Y se colocaron el cotillón que fue diseñado para la ocasión. A un señor que era cirujano le dieron un gorro que era un gracioso bisturí, parecía que te podía cortar y todo. A una señora que era wedding planner le tocó un gorro que era una torta de casamiento. A un taxidermista le entregaron un ocurrente sombrero que era un búho embalsamado, de verdad, y pesaba bastante, pero el señor bailó toda la noche sin quejarse y cuando el bicho perdió el relleno todos se rieron, y el señor también. Los novios disfrutaron hasta el amanecer y se retiraron con una ovación a una espaciosa alcoba matrimonial a gozar lo que quedaba del día. La abuela de ella también se quedó en la chacra, pero en otra habitación. Era la dueña del establecimiento, y por ende, de todas las habitaciones. María Liliana y Alejo estaban felices. Ella un poco achispada, él en un estado algo más alterado. Intentaron tener relaciones pero no pudieron. Al parecer, ella no quiso o él no pudo.

Son varias las versiones. Incluso alguien declaró que tal vez ella no se rió tanto del estado etílico del marido como de su insignificante pirulín. Él se encerró en el baño. El cotillón bullía en su cabeza como un corso de carnaval grotesco, fuera de escala, envenenado. Ella siguió riendo. Y la risa de María Liliana contagió a la abuela, que se reía a mandíbula batiente desde la otra habitación y atravesaba las paredes. En el baño, él realizó un confuso ritual con una navaja, un cepillo de dientes y diversos paquetitos. Salió duro como una estaca y cosió a puñaladas a María Liliana, y el cepillo de dientes se lo enterró en un ojo.

De los paquetitos no quedó nada. Después se tiró desde el balcón y cayó reventado junto al aljibe. Uno de los momentos más intensos, además del relleno del búho que circulaba en cámara lenta por el salón ya vacío, fue cuando la Policía encontró a la abuela en un baúl, maniatada y con un cotillón del Ratón Mickey en la cabeza.