En el Colón también se cuecen

En el Colón también se cuecen

por Barret Puig

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| Columna publicada el 20 de Enero de 2000

El Teatro Colón de Buenos Aires está considerado como uno de los grandes teatros de ópera del mundo. Para los aficionados uruguayos es la posibilidad más a mano de tomar contacto en vivo con la realidad internacional de ese género, por años olvidado en las políticas culturales de nuestro país, apenas con contadas excepciones por los años ’79 al ’81 en el SODRE y por la experiencia de Pro Opera en fechas más recientes.
Pero en Buenos Aires no todos tienen igual concepto de su funcionamiento. Con motivo de la reciente asunción al cargo de su nuevo director general, el crítico de “La Nación” Juan Carlos Montero —quien ya lo fue hace unos años y es, además, hijo del arquitecto Juan P. Montero, que lo dirigió entre 1958 y 1966, un período de glorias para la institución— el mismo diario ha publicado, en la página de Notas, un extenso artículo firmado por el escritor José Luis Sáenz, en el que se analizan algunas de las dificultades que deberá enfrentar el flamante y reincidente jerarca.

Sáenz comienza por recordar que razones políticas han impuesto cambios de timón con una frecuencia que impide resolver los problemas. Luego de reseñar algunas características del último período, concluye que Montero encontrará básicamente dos grandes obstáculos: la conservación y mantenimiento del edificio y el generalizado conflicto gremial que sigue amenazando el normal desarrollo de las actividades del teatro. Aunque este último tema no es el motivo de esta columna, consignemos que Sáenz lo considera el primero a solucionar, porque sin ello no se podrá encarar la reorganización del teatro.

Pero donde más impresiona la nota es cuando Sáenz aborda el tema de la conservación. Transcribimos sin quitar ni poner coma.

“Para decirlo en pocas palabras, hoy da más lástima que orgullo: techos con goteras, filtraciones en las paredes, pisos que han cedido, molduras descascaradas y quebradas en la sala, pavimentos de las escaleras destruidos y un sinfín de faltas de conservación casi imposibles de enumerar.

Agreguemos a esto la incontenible proliferación de la burocracia en los lugares que originalmente eran para el público (los palcos baignoire convertidos en oficinas, las entradas laterales a palcos son ahora depósitos, los salones de cazuela y paraíso que se transformaron en dependencias, etcétera). En suma, es de urgente necesidad que se comience a restaurar y reacondicionar el edificio, para que vuelva a ser un teatro y no una inmensa y descuidada oficina pública con escenario”.

Después de ese cuadro sombrío, José Luis Sáenz reclama que las obras de restauración no interfieran con las actividades artísticas, aprovechando el verano —terminando las temporadas antes de cada diciembre y volviendo a las recordadas temporadas estivales de ópera al aire libre, donde tuvieron ocasión de actuar los artistas que no siempre encuentran esa posibilidad de la temporada alta— y toca otro tema candente: el de la programación.

Volvemos a transcribir textualmente.

“Esto nos lleva a otra comprobación: en sus grandes épocas, el Colón realizaba abonos de dieciséis funciones y hasta más, en temporadas anuales que iban de mayo a setiembre. Hoy, con sólo diez u once títulos, necesita comenzar en abril (cuando no antes) para terminar en diciembre. Si vemos el cronograma de la próxima temporada, comprobaremos que se realizará una ópera por mes, cuando en otros tiempos el Colón podía montar dos espectáculos al mismo tiempo.

Esa falta de agilidad en su producción provoca que durante dos semanas no haya funciones de ópera porque los cuerpos estables están concentrados ensayando, y en la semana y media siguiente se amontonan las representaciones para los diversos abonos. Este año la cantante que protagonizaba “Salomé” quedó afónica en medio de la última representación, luego del insólito tour de force de cantar cinco agotadoras funciones en sólo diez días”.

El articulista también se refiere a las funciones de ballet, “que son programadas prácticamente a diario y por eso la sala no se llena”. Pregunta entonces si el teatro está al servicio del público o si éste debe allanarse a sus inadecuados métodos de trabajo.

La nota es más extensa, con mención también a problemas burocráticos —“todos los papeles tienen que ir a la firma primero de la Secretaría de Cultura y después del resto del gobierno”—, pero con lo transcripto alcanza para hacerse una idea de lo ímprobo de la tarea que abordará Juan Carlos Montero. Le deseamos la mejor de las suertes, porque el Colón es un orgullo argentino pero también un referente para nosotros; pero, desde ya, sabemos que cada éxito será una hazaña y que cualquier eventual fracaso estará justificado y explicado por la realidad a la que deberá hacer frente.