La homosexualidad es como “una enfermedad contagiosa”, por eso es preciso “aislar” a quien tiene esa condición para poder “curarlo”

entrevista de Elena Risso y Andrés Danza 
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El arzobispo de Montevideo, monseñor Nicolás Cotugno, opinó que la sociedad uruguaya enfrenta “una oleada de antivalores”, a la que contribuyen indirectamente el Parlamento y el Poder Judicial con algunas de sus acciones, y que el país “tiene la tendencia a perder, si no ha perdido ya, referentes éticos y morales incuestionables”.

Cotugno dijo durante una entrevista con Búsqueda, que el fallo judicial que recientemente indemnizó a un homosexual por la muerte de su pareja es una prueba de esa “oleada” y opinó que esa sentencia puede generar “una reacción en cadena” que culmine con “destrozos” de “valores humanos”, como por ejemplo avalar la unión entre “un hombre y un animal”.

El arzobispo sostuvo que las uniones entre homosexuales “nunca” serán aceptadas por la Iglesia Católica, porque —dijo— la homosexualidad responde a “manifestaciones ‘aberrantes’ de la realización del ser humano”.? Agregó que, “en cierto sentido”, la homosexualidad es una “enfermedad de quien sufre en el propio ser y en la propia carne los desvíos y la desvirtuación de lo que llamamos naturaleza humana”.?Al ser consultado sobre qué actitud asume la Iglesia ante los católicos homosexuales, Cotugno respondió: “Sería como —es peligrosa la comparación— cuando uno tiene una enfermedad contagiosa, que hay que ponerlo en cuarentena para que no contagie a otro. Pero no se trata de echarlo, de condenarlo, de que se muera. Se trata de aislarlo para curarlo. Y una vez curado, vuelve a la comunidad”.

Lo que sigue es un resumen de la entrevista.

—En un documento difundido el 31 de julio, el Vaticano exhortó a los políticos católicos a pronunciarse en forma “clara e incisiva” contra las leyes que favorecen las uniones entre homosexuales. ¿Qué piensa hacer usted en Uruguay al respecto?

—Cuando hablamos de Iglesia, de un documento que viene de Roma, tenemos que ver qué significa el obispo de Roma. El Papa y los obispos no somos los sabihondos de la Iglesia; somos aquellos que hemos recibido una responsabilidad, una tarea, y es, como dice el Concilio Vaticano II, la de ser maestros de la verdad. ¿De qué verdad? De la verdad revelada, de la interpretación del Evangelio. Nosotros no somos maestros de la verdad científica, de la verdad matemática. La Iglesia, que es el instrumento de Jesucristo y, dentro de la Iglesia, los obispos, tocamos todas las realidades humanas desde esta perspectiva religiosa. Entonces, cuando viene el documento de la Santa Sede, ¿cuál es el valor? Es el valor de quien sabe que tenemos una responsabilidad de maestros de la verdad. Entonces, ¿se puede votar a un legislador o apoyar una ley que va directamente en contra de lo que es el mensaje de la vida que viene de la revelación? No.

—¿Usted tiene alguna comunicación con los políticos católicos uruguayos?

—Evidentemente que en la vida hay contactos que son de carácter circunstancial. Pero no hay ninguna toma de posición mía en relación a este diputado o a este senador. También, porque una vez proclamado el pensamiento de la Iglesia, si hay un legislador católico, tiene la necesidad de escuchar la carta del obispo y anteriormente lo que dice el Papa. Eso tendrían que saberlo sin que nadie se los recuerde. Pero en esta oportunidad, puesto que hay un tema sobre la mesa, no está mal recordar los deberes que uno tiene al ser un integrante de un pueblo, el pueblo de Dios, que tiene determinadas características. Si alguien es de Peñarol, tendrá que ponerse la camiseta de Peñarol. Entonces, si alguien está en el cuadro de la Iglesia Católica, en ese caso es blanco y amarillo; hay que vestir los colores de ese cuadro, hay que asumir la identidad de este cuerpo, de este pueblo y de esta religión.

—¿Qué opinión le merece el fallo judicial que hace poco dispuso indemnizar a un homosexual por la muerte de su pareja?

—Es la expresión, en términos jurídicos, de una concepción antropológica que evidentemente yo no puedo compartir. Y digo esto no como Nicolás Cotugno sino como arzobispo de Montevideo y con todos los obispos y con el Papa y con toda la Iglesia Católica. Esto nunca se aceptará por parte de la Iglesia Católica porque es establecer un precedente jurídico importante y entra ya en la jurisprudencia y puede haber otros casos que reflejen la misma situación.

—¿Cree que el fallo es una forma para que el Estado reconozca las uniones entre homosexuales?

—Sí. Aquí hay una aceptación de una determinada manera de ser hombre, de ser humano, que evidentemente no es tradicional. Hay una novedad. Pero esta novedad, ¿es una novedad en sintonía con la dignidad del ser humano o no? ¿Esto corresponde a la naturaleza de la persona humana o no? Porque hay mucha cosa en juego. No es sólo, por ejemplo, la unión entre varón-varón y mujer-mujer. ¿Y si pasara en otro nivel? ¿Entre un hombre y un animal? Porque si somos lógicos y usamos la razón humana...

—¿Lo que usted dice es que si esto sigue así, mañana se podría llegar a avalar, por ejemplo, una relación entre un hombre y un animal?

—Puede ser como una reacción en cadena, como cuando en una montaña baja una bola de nieve y no la para nadie. Y los destrozos que se hacen, aquí los destrozos son de valores humanos. Esta forma de unirse, ¿responde a la ley natural? Pienso que sobre esto todos tendremos que ser lo suficientemente humildes como para tener la capacidad de dialogar.

—¿Para usted la homosexualidad es una enfermedad?

—Si voy a los dos primeros capítulos de la carta de San Pablo a los romanos, ahí interviene la palabra de Dios de una forma tajante, cuando condena todas las formas aberrantes de unión de los varones entre sí: la homosexualidad. Entonces, condena la cosa en sí; no expresa ningún juicio condenatorio sobre la persona. Se condena el pecado pero se está abierto a la misericordia del pecador. Nosotros vemos estas manifestaciones “aberrantes” de la realización del ser humano en la historia, como la expresión negativa de “querer ser Dios” prescindiendo del verdadero Dios, del que se ha manifestado creando. La naturaleza humana ha sido creada por Dios; entonces tiene determinados carriles, cánones, límites, que no se pueden franquear. ¿Se puede hablar de enfermedad entonces? En cierto sentido, sí. Es la “enfermedad” de quien sufre en el propio ser y en la propia carne los desvíos y la desvirtuación de lo que llamamos naturaleza humana.

—¿Qué le diría a una persona que le confiesa que es homosexual?

—Tendría que hablar muchísimo con él. En primer lugar tendría una actitud de total apertura y de acogida para que se sintiera querido. Y después, evidentemente, hablaría mucho para ver cuál es su situación personal. Estoy convencido, porque también hay psiquiatras católicos que estudian esta realidad, que mediante los recursos de la fe y el amor se pueden subsanar, asumir y superar estas realidades.

—Por lo que está diciendo, los homosexuales pueden plantear que la Iglesia es discriminatoria...

—…no hay que condenar a nadie y hay que asumir esa realidad porque son humanos y hermanos. Sentimos sus dificultades porque así lo sentimos (pero) consideramos que son dificultades.

—¿Los homosexuales pueden formar parte de la Iglesia Católica?

—Sí, por supuesto. Nunca la Iglesia cerrará las puertas a nadie. ¿Qué es la excomunión? Quiere decir que tú pecaste, te equivocaste, eres un pecador público y para afuera. Pero fíjense lo que pasó en la carta a los Corintios de San Pablo. Había un hombre que no se portaba bien, con desórdenes verdaderamente gravísimos en el orden de la sexualidad. Entonces Pablo, el apóstol, escribe: “Cuidado con Fulano, que si no se corrige necesariamente tendrá que dejar la comunidad”. Sería como —es peligrosa la comparación— cuando uno tiene una enfermedad contagiosa, que hay que ponerlo en cuarentena para que no contagie a otro. Pero no se trata de echarlo, de condenarlo, de que se muera. Se trata de aislarlo para curarlo. Y una vez curado, vuelve a la comunidad.

—¿Qué significa “aislarlo”?

—Quiere decir que no es lo mismo que uno se comporte de una manera o de otra. Si uno sigue con una conducta negativa, si uno mata, vemos inmediatamente que es necesario aislarlo para que no siga matando. Si uno confunde la verdad con la mentira, si una persona sistemáticamente ofende a los demás, habrá que rodearlo con todos los cuidados posibles. Si está en la comunidad necesariamente seguirá robando, hiriendo y destruyendo. Es como un virus que afecta mortalmente la salud.

—¿Y si un sacerdote asume que es homosexual?

—Esos son casos muy particulares. Si un sacerdote está en esa situación, tiene que dejar inmediatamente el ejercicio del ministerio. Esta realidad no es de hoy. Hay cosas que son incompatibles y determinadas limitaciones que me impiden ejercer determinadas funciones. Si yo no ando bien del corazón, difícilmente pueda ser astronauta.

—¿Y qué pasa con el católico que es homosexual y quiere recibir la comunión?

—Si él se identifica como homosexual y justifica su ser homosexual y quiere pregonar que es una forma legítima de seguimiento de Jesucristo, lo primero que habrá que decirle es que está equivocado y que esa manera objetiva de vivir está en contradicción con lo que es, por ejemplo, la comunión. Porque si la comunión es dejarnos asimilar por Jesucristo y lo primero que Jesús me dice es que “si tú me amas tienes que hacer lo que yo te digo”, no puede ser una cosa blanca y negra al mismo tiempo. Él mismo se autoexcluye de la posibilidad de comulgar.

—El ministro de Educación, Leonardo Guzmán, aseguró que la crisis actual uruguaya no es predominantemente económica sino “moral, cultural y educacional”. ¿Usted comparte ese juicio?

—Lo comparto. Y me siento urgido a colaborar con toda la sociedad para que se pueda salir de este diagnóstico que realmente es negativo y no es una afirmación sin fundamento. Lo constatamos a diario.

—¿El fallo judicial aludido entra dentro de esa crisis?

—Yo pienso que sí.

—¿Y los proyectos de ley de reproducción asistida y de despenalización del aborto?

—Es otro aspecto de una situación más amplia, de una sociedad que librada a sí misma tiene la tendencia a perder, si no ha perdido ya, referentes éticos y morales incuestionables. Los tenía, pero no por el hecho de haberlos tenido pudo frenar la pérdida. Que una mujer pueda tener la absoluta libertad de poder interrumpir un embarazo de tres meses es gravísimo. Es un ser totalmente completo desde el punto de vista humano y no es ni el padre ni la madre. Podrán decirme: “Sí, pero cinco mujeres murieron por aborto”. Es otra cuestión completamente distinta que habrá que asumir. La solución no viene ni acá ni en ningún lado con dar la posibilidad a la mujer. Por más que le pongamos palabras o adjetivos que pueden adornar esta realidad, siempre será un cadáver con una moñita, lamentablemente. La Iglesia no es que quiera estar siempre con el “no” en la boca; es el “sí” a la vida de esta criatura.

—¿Usted considera que con ese tipo de leyes y fallos, el Parlamento y el Poder Judicial contribuyen a ahondar la crisis “ética y moral” a la que alude?

—El Parlamento y el Poder Judicial tratan de contener este aluvión que viene, de la forma mejor posible. Pero ésa no es la forma mejor posible. Los destrozos se hacen igual.

—Entonces, ¿tratan de contenerlo pero terminan contribuyendo a que se produzca?

—Sí. ¿Cuál sería la solución? Es medio utópica pero también realista. Más que tender a lo represivo de una situación incontrolable yo propondría una actitud preventiva. Ahí está todo el tema de la educación, de la recuperación. Si aflojamos en la formación de la persona humana, en la vivencia de los valores, de las virtudes, tendremos chicos, adolescentes, jóvenes, hombres y mujeres cada vez más incapaces de resistir a esta oleada de antivalores.

—¿En Uruguay hay una “oleada de antivalores”?

—¡Pero por supuesto! De corrupción, de opresión, de desigualdad, de ateísmo, de egoísmo, de todos estos ismos que consideramos negativos. Porque el placer en sí es algo muy positivo y hay una gama amplísima de placeres. Está el placer estético, por ejemplo. Pero cuando este placer es asumido e idolatrado, absolutizado y promovido de una forma individual y egoísta en desmedro de los demás, todos estos son elementos que entran en la avalancha de antivalores.

—¿Por qué cree que hay esa “oleada de antivalores” en Uruguay?

—No somos una isla. Estamos metidos en el contexto mundial. Fíjese lo que sucede con la comunicación. Lo primero que se comunica en un informativo no es el heroísmo de una mamá o la vida en positivo de un trabajador, de un profesional, de un obrero, del médico que sacrifica su salud para poder salvar la salud de sus pacientes. Aparece si uno mata, si uno roba. Es un ambiente que se va formando. Es como estar en un cuarto lleno de humo, porque todo el mundo está fumando. Quien no fuma también es un fumador pasivo.

—En caso de que se apruebe una ley de despenalización del aborto, existe la posibilidad de que se junten firmas para someterla a una consulta popular. ¿La Iglesia recolectará firmas?

—Sobre ese tema habrá que discernir qué es lo que más conviene. Bajar a la arena de los plebiscitos... Es delicado el tema de los plebiscitos. Hasta ahora la Iglesia como tal no ha promovido un plebiscito.

—¿Lo descarta?

—Aquí no depende de nosotros, los obispos. Habría que ver cuál es la sensibilidad del pueblo de Dios en este caso para ver si conviene o no conviene. Pero ni se promueve ni se excluye.

Información Nacional
2022-10-29T11:26:00