La información debe continuar

Editorial

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| Editorial publicado el 21 de Diciembre de 1983

La democracia sin prensa libre es una contradicción en los términos. El movimiento hacia la democracia a través de una creciente represión de los medios de difusión es un itinerario imposible.

La vida cívica democrática se nutre de información. Información sobre lo que acontece, y las versiones sobre lo que piensan y sienten los protagonistas del drama político, y sobre el eco que sus ideas y sentimientos suscitan en sus seguidores. ¿Cómo podría un pueblo avanzar hacia su plenitud cívica en la ignorancia de sus propios asuntos vitales?

La prensa partidaria y la prensa independiente tienen misiones específicas e irremplazables que cumplir en este camino que la sociedad uruguaya debe recorrer en conjunto, y que quiere recorrer, con una voluntad que todos los signos proclaman inquebrantable. Las misiones de la prensa partidaria y de la prensa independiente difieren entre sí: en los métodos, en el estilo, en la vibración emotiva. Son al mismo tiempo claramente complementarias. Ambas deben hacer a la información sus aportes insustituibles. La vocación de la prensa independiente a la serenidad, a la objetividad, al análisis frío salta a lo vista. Pero ¿cómo podría la versión objetiva de las vibraciones emocionales ser más que un reflejo de la cosa en sí? Y, ¿quién podría verter fielmente la longitud de onda de la vibración sino aquel que trepida con ella? Todo es información.

Las pasiones mantienen con la libertad una sempiterna enemistad, que Burke supo tan bien poner en claro. Vano es, sin embargo, si las pasiones afloran, tratar de soterrarlas; vano imaginar que reprimiendo su espontaneidad se las pueda neutralizar. Sería como suponer que tapando los escapes de vapor en una caldera podría resolverse el peligro de que una excesiva presión interior culminase en un gran estallido.

Le represión gubernamental de la información puede conseguir algunos resultados, pero seguramente ninguno positivo, ni siquiera para la propia autoridad. Debe, sin duda regir en este ámbito alguna de las grandes leyes de constancia universal, como la de la materia y la energía. Debe ser cierto que la noticia no puede aniquilarse, sino solo transmutarse en rumor solapado; que la corriente de expresión de los sentimientos turbulentos puede ser encauzada bajo tierra, pero no volvérsela menos torrentosa. ¿Qué puede alcanzar el gobierno alzándose contra estas leyes inveteradas? Exacerbar la curiosidad, intensificar la pasión, destruir toda objetividad, privarse a sí mismo de la intuición crucial sobre el pulso de la historia.

Decíamos hace poco que esta era la hora del realismo. Nos referíamos al gobierno, y ahora deseamos reiterar el mismo mensaje. Pero también sentimos que tiene que ser, para todos, el tiempo de la serenidad. Para los dirigentes políticos, el tiempo de la firmeza, porque los objetivos nacionales, con partidos hoy por lo más parecido a la unanimidad ciudadana de que la República guarde memoria, son impostergables; pero también a la serenidad, porque el tránsito hacia la libertad a través de una eclosión de pasiones inmoderadas es otra ruta impracticable.

Búsqueda quiere transmitir hoy al público su angustioso sentido del drama que llena la escena nacional, y quiere al mismo tiempo comunicarle cómo concibe, en ese drama, su papel; que por ser modesto no deja de ser imprescindible. Su papel, según lo percibe, se integra con la exhortación a la calma, que ya hemos formulado, y que reiteramos cien veces, pero sobre todo con la contribución práctica a la paz y a la comprensión mutua que Búsqueda quiere siempre, y hoy en particular, que aporte su palabra. Como toda praxis, esta se asienta en la teoría, y esta a su vez dice que el país no ha agotado ni con mucho el esfuerzo por llevar sus enfrentamientos internos al plano racional; que queda mucho por realizar en el plano de la información objetiva, del planteo veraz, del debate limpio, del respeto al adversario, de la honestidad intelectual sin concesiones. Y que la práctica de semejantes virtudes representa la única ruta abierta hacia el objetivo esencial que todo el país se propone.

Y, en cuanto a evaluar nuestro efectivo aporte en ese dirección trascendental, confiamos en que el lector se avenga a atribuir menos peso al inventario de nuestras debilidades que a la sinceridad de nuestro propósito.