Las elecciones nacionales ambientaron la vuelta de la militancia a las calles, los escapes por azoteas, los brindis inesperados y un festejo frustrado

escribe Leonel García 
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Las elecciones nacionales son para los periodistas algo así como la final del mundo que se juega cada cinco años. Claro que en un semanario que sale los jueves la noticia pura y dura del resultado arrojado por las urnas el domingo anterior ya no corre como tal. Entonces, lo que prima es la calidad y exhaustividad de la cobertura: análisis, entrevistas y crónicas. Y las crónicas, con la posibilidad de este género periodístico de recrear emociones, sonidos, olores, imágenes, tristezas, rencores, alegrías, acusaciones, temores y esperanzas, hacían la diferencia cuatro días después.

Ocho veces pasó eso en estos 50 años. Eso requería la capacidad de sus periodistas de registrar todo lo que se veía, escuchaba y sentía. Mucho pasó desde el festejo común del fin de la dictadura en 1984 hasta la incertidumbre de 2019, única de estas instancias donde el perdedor no reconoció esa noche el veredicto de las urnas. En el medio hubo escapes por azoteas, sapos difíciles de tragar, derrotas que fueron velorios, reproches internos y externos, proyecciones acertadas y otras que solo alimentaron ilusiones vanas, festejos atragantados, protagonistas fugaces y muertes políticas que acabaron siendo apenas heridas de consideración. Hubo episodios para la historia y otros para dejar bajo un telón piadoso. Todos estos registros escritos logran todavía hoy transportar a esos momentos y recrear sonrisas y llantos, esperanzas y desilusiones, amores y reproches. Eso hace la Historia. Eso hizo Búsqueda.

Sanguinetti, 1984

El número 257 de Búsqueda, del 29 de noviembre de 1984, incluía una entrevista en el recuadro de tapa. Lo merecía: el flamante presidente electo, el colorado Julio María Sanguinetti, afirmaba no excluir “la posibilidad de constituir un gabinete con hombres de otros partidos”, blancos o del Frente Amplio. “Luego de once años de dictadura los partidos políticos deben dar testimonio de su madurez”, subrayó. No fue posible.

La dictadura que aún gobernaba sobrevolaba toda la cobertura de las primeras elecciones nacionales tras el golpe de Estado de 1973. El análisis de Daniel Gianelli hablaba del amplio respaldo al “cambio en paz” que había propuesto Sanguinetti en una instancia, el 25 de noviembre de 1984, con dos líderes naturales proscritos: el nacionalista Wilson Ferreira Aldunate, todavía preso, y el frenteamplista Liber Seregni, algo que sintieron mucho sus partidos.

El título La militancia política se volcó a las calles montevideanas y el colgado Festejando el retorno a la democracia introdujeron la breve crónica principal. La jornada se desarrolló “con total normalidad” y fue “perceptible el clima de fiesta y alegría demostrada por la gente ya desde días anteriores”. Ese día hizo calor, por lo que muchos “luego de sufragar optaron por irse a la playa”. En sus respectivos cuartos secretos, Sanguinetti no encontró la lista que quería, el principal candidato blanco, Alberto Zumarán, votó observado, y el postulante del FA, Juan José Crottogini, fue acompañado por Seregni, que no podía ni sufragar. “Salvo algunos disturbios”, la jornada fue tranquila, las colectividades entonaban sus consignas y se juntaban “en el coreo de aquellas que iban destinadas a repudiar el régimen militar, presidido por el Tte. Gral. (R) Gregorio Álvarez”. Más allá del tono sobrio de la redacción, casi que se puede sentir in crescendo el “Se va a acabar…”.

A las 2.30 de la madrugada se supo que el PC había ganado a escala país y en Montevideo. Zumarán se dirigió a la sede colorada para fundirse en un abrazo con el vencedor. Juan Raúl Ferreira, hijo de Wilson, electo senador, expresaba: “Nos equivocamos al creer que nuestras movilizaciones se reflejarían en las urnas”. La militancia blanca se vio más en las calles que en el escrutinio. En el Frente, Hugo Batalla y la 99 lograban el 40% del apoyo gracias a “una línea coherente de socialismo en democracia”, según el ahora legislador. “El Ejército Nacional conoce su misión”, dijo, como para que nadie se olvidara de que todavía estaban por ahí, el teniente general Hugo Medina, uno de los integrantes de la Junta de Comandantes en Jefe, luego de una visita “de cortesía” al mandatario electo.

Lacalle, 1989

“¡La que te espera!”, le dijo el exconsejero del Consejo Nacional de Gobierno Washington Beltrán a Luis Alberto Lacalle el 26 de noviembre de 1989. En la edición N° 513 de Búsqueda, del 30 de noviembre, hay una crónica mucho más colorida que la de cinco años atrás. Ese día el ganador “tuvo tiempo para todo: para hacer footing por la rambla, para asistir a misa, para dormir una siesta y hasta para pasear a su perro Boy por el jardín de su casa en Pocitos”. A la misa de 11.30 en la capilla de San Alejandro en Julio César y Antonio Costa fue acompañado por sus tres hijos, entre ellos, un quinceañero Luis Alberto Lacalle Pou. El candidato herrerista votaría en la tarde en el salón parroquial de ese mismo templo.

Lacalle y su compañero de fórmula, Gonzalo Aguirre, esperaron los resultados en la sede de 18 de Julio y Martín C. Martínez. Adentro había tranquilidad y confianza; afuera, nervios. A las 22.15 llamó para felicitarlo su contrincante del FA, Liber Seregni, aunque no pudieron hablar; a las 22.30, lo hizo su ahora colega argentino, Carlos Saúl Menem. Cuando Seregni y Lacalle pudieron hablar, este último le pidió que le pasara con Tabaré Vázquez, quien al ganar la elección departamental en Montevideo rompía con un bipartidismo centenario. “¡Alcalde!”, fue lo primero que le dijo. Hugo Batalla, el presidenciable del Nuevo Espacio, también llamó para felicitar. El esperado reconocimiento de la derrota del colorado Jorge Batlle llegó recién a las 0.25, desatando la euforia. El anuncio oficial de la victoria lo hizo el periodista deportivo Atilio Garrido: “Compatriotas, oficialmente se ha comprobado, Luis Alberto Lacalle es el presidente electo del Uruguay”.

En la sede de Carlos Julio Pereyra, otro de los presidenciables del PN (eran épocas de candidaturas múltiples gracias a la Ley de Lemas), el clima no era festivo. Menos aún lo era en la de Batlle: ahí el ministro de Transporte, Alejandro Atchugarry, decía que no esperaba ser quien diera la cara para anunciar una derrota y el diputado Federico Bouza directamente culpaba al presidente Sanguinetti de la derrota, cosas que difícilmente se dirían frente a las cámaras. En el Nuevo Espacio, que tenía muchas expectativas, había gusto a poco. En otras tiendas, el colorado Jorge Pacheco Areco, que votó mucho mejor que lo esperado, debió aparecer para acallar rumores recientes sobre una grave enfermedad o aun su muerte.

La euforia estaba en otro lado. Tabaré Vázquez arrancó la mañana desayunando pan marsellés y votando de mañana en una escuela de avenida Agraciada. Algunos militantes le pidieron que les firmara autógrafos sobre sus camisas o remeras. Pasadas las 21 horas salió a los balcones de la sede partidaria a pronunciar su primer “Festejen”. Terminó la noche de recorrida por los canales 4 y 10; en el segundo se estrechó en un abrazo con el presidente electo, Luis Alberto Lacalle.

Sanguinetti, 1994

La esperanza de 1984 y la alegría de 1989 se trocaron por una noche tensa en 1994. Con un triple empate técnico, con 1,5 puntos porcentuales que separaban al primero del tercero, las del 27 de noviembre fueron las elecciones más reñidas que se recuerden. “Fue como si una gran perilla hubiera llevado a cero el volumen dentro de la Casa del Partido Colorado”, arrancó el texto que describía a cientos de pares de ojos atentos a Canal 12. “Eran las 0.31 horas del lunes 28. La única voz que se escuchó por unos segundos fue la del politólogo Luis Eduardo González, que desde una pantalla gigante y con base en proyecciones de datos primarios anunciaba el resultado de la elección. La explosión de júbilo fue ensordecedora. Parado entre el público, Julio Sanguinetti cerró los ojos por un momento, se mordió el labio inferior y luego dijo: ‘¡Cómo costó!’”.

Fue una jornada de emociones cruzadas. Fue la vez que Canal 10 emitió reiteradamente una encuesta de boca de urna del Instituto de Estadística de la Universidad de la República que decía que el Encuentro Progresista, lema que incluía al FA, ganaba a nivel nacional. Sanguinetti (y Seregni) tenían otra información. Cuando se confirmó que el PC había ganado en Canelones, la sensación de triunfo copó el ambiente.

El mismo día en que sus votos ayudaron a los colorados a volver al poder, Jorge Batlle fue a ver a su madre, internada en el Sanatorio Americano. Quienes no tenían ganas de festejar eran los de la 99: Hugo Batalla había llegado a la vicepresidencia como parte de la fórmula vencedora del PC, pero esa alianza le significó una pobre votación, ahuyentando a parte del electorado más conservador. “Gracias por tu confianza”, le dijo Batalla al oído del presidente electo, cuando la tensión aflojó.  Los blancos, derrotados, ya comenzaban a mostrar duras grietas: Alberto Volonté, el más votado en la interna, demostraba que quería disputarle el liderazgo a Luis Alberto Lacalle, presidente saliente, cuyo “pollo” era Juan Andrés Ramírez (que “nunca consideró la ambición de su vida” ser presidente, se indicó). Con el resultado visto, Volonté le ofrecía “cogobierno” al vencedor, a quien saludó por teléfono a la madrugada.

Otros no saludaron. “Guiado por luces de las linternas de sus custodias, Tabaré Vázquez caminó en silencio en la madrugada del lunes 28 por la oscura azotea de la Casa de América, ocasional sede del Encuentro Progresista (EP) el día de la votación (...). Un rato antes, la noticia de que Julio Sanguinetti había sido electo presidente acabó con su firme certeza de que triunfaría y lo decidió a retirarse escondido, bajando por otro edificio que daba a una calle lateral”. Los militantes esperaron en vano un mensaje de su candidato a presidente. Habían pasado de la euforia a la desazón. El boca de urna de Canal 10 les había dado el triunfo a las 19.30 y la gente había copado las calles: “Un minuto de silencio, para el ‘Cejas’ que está muerto”. Cuando la realidad se mostró distinta, los cánticos fueron otros: “Ganamos, perdimos, el susto se lo dimos”. La salida de Vázquez por las azoteas fue junto a su compañero de fórmula, Rodolfo Nin Novoa. Su equipo de seguridad le había informado que a su esposa, María Auxiliadora Delgado, “se le haría difícil salir por la azotea”, por lo que el matrimonio tomó rumbos distintos: mientras el dirigente se iba por los techos, “en la planta baja, su esposa lloraba”, terminaba la crónica.

Batlle, 1999

Las últimas elecciones del siglo XX fueron las primeras tras la reforma constitucional de 1996, con candidatura única, eventual balotaje y elecciones nacionales y departamentales separadas. El balotaje se estrenó el 28 de noviembre de 1999. En ese contexto, la centuria terminó con un Herrera, Luis Alberto Lacalle, fuera de carrera en primera vuelta, pidiendo el voto a un Batlle. Jorge Batlle, el vencedor, reconoció este gesto en su discurso, luego de que Tabaré Vázquez lo llamara para reconocer su derrota. Frente al Victoria Plaza, banderas coloradas y blancas cantaban sus himnos y gritaban sus consignas contra los “comunistas” y los “tupamaros”.

Ese apoyo sabido hizo que la jornada del vencedor fuera muy tranquila. Sin embargo, por las dudas, “aunque no profesa ninguna religión, llevó cerca del corazón una estampita con la imagen de una virgen”, indicó la crónica de la Búsqueda N° 1.025, del 2 de diciembre, firmada por Leonardo Pereyra. “¡Esta vez es la tuya, Jorge, esta vez no te la saca nadie!”, le había gritado un hombre que portaba una bandera partidaria, cuando este se asomó al balcón de su departamento en el Puerto del Buceo, a las 11.30 de la mañana. No arrancó temprano pero sí intenso: Prado, Belvedere, Colón, La Paz, Lezica. Cuestionó a los periodistas que se le arremolinaron cuando votó en el Colegio Maturana (“Hay que tener un poco de seso. No entiendo cómo esperan que alguien diga algo interesante en esta situación, todos amontonados”), ironizó con la cantidad de autos con banderas del FA que se veían en la calle (“Es un partido con una locomoción formidable, debe ser la pobreza”) y le contestó a una mujer de un local partidario en Canelones que le reprochó su tardanza: “Yo hace 72 años que estoy esperando”.

Vázquez sabía que su victoria dependía de un milagro y este no llegó. “A descansar ahora que mañana empieza otra etapa. A no aflojar que podemos”, le dijo a “una quincena de frenteamplistas” que lo habían aguardado frente a la puerta de su casa, en el Prado. Tenía los “ojos humedecidos”. Su jornada había empezado mucho más temprano que la de su rival. Votó pasadas las 8.00 en una clínica municipal en Belvedere, también en medio de forcejeos y apretujones de los periodistas. Junto con su hermano Jorge fue a visitar el nicho de sus padres en el cementerio de La Teja. A diferencia de Batlle no hizo recorridas y pasó la tarde en su casa. La derrota lo encontró en el Hotel Pedro Figari, en Carrasco. Unos 300 militantes lo acompañaron y alentaron en todo momento. Salvo en una ocasión, cuando “un miembro de su equipo de seguridad” retrucó a unas burlas de simpatizantes colorados, todo transcurrió en una triste calma.

Para otros, el trago fue muy amargo. Eso reflejaba un artículo de Andrés Danza centrado en el día vivido por Lacalle Herrera: no quiso ninguna “ceremonia” a la hora de sufragar, no besó el sobre ni ocultó su “tristeza”, la misma que la había acompañado en las semanas previas de campaña rumbo al balotaje. El PN había tenido en la primera vuelta de octubre la peor votación de su historia. También recomendó, una vez que saludó por teléfono al presidente electo, que ninguno de los principales dirigentes fuera a felicitar en persona a Batlle.

Otro título de esa edición parecía premonitorio: ¿Es inevitable una victoria del Frente Amplio en el año 2004?

Vázquez, 2004

“Ganó Nacional y el Frente, solo falta que gane Falta y Resto”. De esta forma, Danilo Astori celebraba la victoria en primera vuelta del Encuentro Progresista-Frente Amplio-Nueva Mayoría. Era 31 de octubre de 2004 y Tabaré Vázquez había sido electo presidente. La jornada del médico oncólogo, según lo registraron Ernesto Tulbovitz y Ana Laura Pérez, fue larga, emotiva y comenzó temprano, en su casa del Prado, y siguió en el Club Arbolito de La Teja, que él mismo fundó. Ahí votó. Luego de las 16.00 se fue a su búnker en el Hotel Presidente, en el Centro. La crónica registró a varios protagonistas de la tarde-noche de victoria: el empresario Juan Carlos Mena, el responsable del centro de cómputos partidario Miguel Brechner, Lili Lerena, viuda del recientemente fallecido Liber Seregni, un eufórico Rafael Michelini y unos más eufóricos periodistas acreditados que festejaron el resultado “abrazando con indisimulable alegría a los dirigentes y llegando en algún caso al llanto”. Fue la noche de otro “Festejen, uruguayos, festejen”.

De la crónica de una victoria eufórica y anhelada a la de una debacle calamitosa, en esa misma Búsqueda N° 1.277, del 4 de noviembre. Esa es la que escribieron y describieron Déborah Friedmann y Edison Lanza. “Solo y con el rostro contrariado, el expresidente Julio Sanguinetti daba vueltas en círculo en el viejo patio de la Casa del Partido Colorado (...). En pequeñas ruedas se detenía a hablar con los pocos dirigentes que quedaban luego de la debacle electoral, intercambiaba parcas opiniones con los periodistas y con la mano derecha apretando el mentón observaba en una pantalla gigante a su mayor adversario extrapartidario de los últimos años, Tabaré Vázquez, saliendo al balcón como presidente electo”. Estaba “sin la compañía de tantos y tantos dirigentes que durante años se beneficiaron de su liderazgo”. Recién en el tercer párrafo se nombraba a Guillermo Stirling, el candidato del PC: “Apesadumbrado por la escasa adhesión (...), se había arrinconado con su familia y abrazaba con ternura las cabezas de dos de sus nietos”. Minutos atrás, tras la proyección de Factum, reaccionó: “¿Nada más que un 10%?”. Sanguinetti anunciaría su “inevitable alejamiento” de la arena política.

La fórmula del Partido Nacional, encabezada por Jorge Larrañaga, fue al Hotel Presidente a saludar a los vencedores. Eso fue destacado en la sede ganadora: “Hay que tenerlos bien puestos”, dijo el senador José Mujica, quien aparecía como el líder que podría fungir de contrapeso a Astori, delfín de Vázquez desde el arranque. La jornada de los blancos fue agridulce, sin triunfo pero con la sensación final de haber recuperado terreno. Larrañaga comenzó el día solo con su familia, con el celular apagado y el teléfono desconectado en su casa en las afueras de Paysandú. Decía estar seguro de llegar a un balotaje, pero su rostro no reflejaba lo mismo. Los periodistas lo siguieron a todos lados, y eso incluyó el dormitorio de la casa de su madre, que días atrás había sufrido una caída. “Larrañaga les pidió entonces que se retiraran”, dice la crónica de Andrés Danza y Elena Risso. A las 16.30 se tomó una avioneta a Montevideo, a las 18.30 llegó a su apartamento, a las 19.30 lo llevaron a la sede de la fórmula, en la Ciudad Vieja, y a las 21.20 se supo que el resultado era irreversible. “Yo soy distinto, yo no me voy por azoteas”, expresó sobre su decisión de ir a saludar cara a cara al vencedor.

Mujica, 2009

Los resultados que había arrojado la primera vuelta provocaron que el balotaje del 29 de noviembre de 2009 fuera apenas un trámite. Aunque el FA seguía en el poder, el nuevo perfil no podía ser más distinto. De la sobriedad y la mesura se pasó a lo informal y lo emocional: “¿Sabés una cosa, pueblo? Este es el mundo del revés, porque en el estrado tendrías que estar vos y nosotros abajo aplaudiéndote, porque esta batalla la dieron ustedes, compañeros”, dijo el extupamaro José Mujica, el vencedor, en un escenario montado en el Hotel NH Columbia. Abajo, como “cierre de una campaña áspera”, miles de personas “cantaban insultos y burlas a Lacalle”, el rival de la segunda ronda. “Si en algún momento mi temperamento de combatiente me hizo llevar la lengua demasiado lejos, les pido perdón por la ofensa porque mañana andaremos juntos”, dijo el presidente electo.

La cobertura de la Búsqueda N° 1.537, del 3 de diciembre, incluía un análisis sobre el “complicado juego político” que debieron hacer los tres líderes frenteamplistas, Mujica, Astori y Vázquez, para asegurar la continuidad. Ya en la madrugada, Mujica festejó con champagne, los ojos llenos de lágrimas y cantando A don José en el en breve famoso quincho de Varela, cerca de su chacra en Rincón del Cerro, junto con amigos, dirigentes y una decena de empresarios. La crónica de Guillermo Draper y Ernesto Tulbovitz enumeraba a algunos asistentes al variopinto festejo: Raúl Sendic, Fernando Calloia, Daniel Martínez, Diego Cánepa, Juan Carlos López Mena, Gustavo Torena (más conocido como el Pato Celeste), Tabaré y Yamandú Cardozo.

En el lado del perdedor, la nota de Christian Müller arrancaba claro, como para que nadie dudara de lo que venía: “(…) el expresidente Luis Alberto Lacalle despertó temprano para participar de una elección nacional que sabía que iba a perder”. Se mostró alicaído, recorrió ocho locales, durmió siesta y votó en la tarde. Ya podía en la calle sentirse el germen de una grieta: frenteamplistas que le gritaban “¡devolvé la plata, ladrón!”; blancos que retrucaban “¡a-se-sinos, a-se-sinos!”, en referencia a Mujica. El expresidente esperó el resultado en la otrora victoriosa sede de 18 de Julio y Martín C. Martínez, con el apoyo de menos dirigentes blancos de lo esperado y casi ningún colorado. Había sido muy pobre el apoyo del PC, pese a que el excandidato Pedro Bordaberry aseguró que “se hizo lo que se pudo”.

Con la derrota consumada, hubo quien recordó que “Lacalle cometió muchos errores” en una campaña particularmente desacertada. Aun así, sus correligionarios evitaron “hacer leña del árbol caído” y coincidieron en que “no se le puede pegar en el piso”. No pasó desapercibido que el presidente Vázquez llamó telefónicamente a Lacalle antes que a Mujica. “Yo sé lo que es ganar y perder y por eso te llamo para mandarte un abrazo”, le dijo.

Vázquez, 2014

La tercera victoria del FA y la segunda de Vázquez se consumó el 30 de noviembre de 2014. El ambiente en el cuartel general del vencedor, instalado en el céntrico Hotel Four Points, era tranquilo, según indicaba la nota de Pablo Fernández en la Búsqueda N° 1.783, del 4 de diciembre. La euforia se había vivido en la primera vuelta del 26 de octubre cuando los militantes “se enteraron de que las encuestadoras estaban equivocadas y la coalición de izquierda había logrado la mayoría parlamentaria”. La victoria era tan segura que las primeras confirmaciones “incluso pasaron inadvertidas” para los invitados presentes. Su rival Luis Lacalle Pou llamó a Vázquez para reconocer su derrota y el presidente venezolano, Nicolás Maduro, se contactó con el vicepresidente electo, Raúl Sendic, para felicitarlo. 

La fiesta frenteamplista en la calle, a ritmo de cumbia y plena (El Reja, El Gucci, Monterrojo, Chocolate, La Furia), transcurrió también tranquila, más allá de que la senadora Lucía Topolansky, feliz, gritó a los asistentes que estaban “autorizados a mamarse”.

Había lluvia y viento. Las olas del Río de la Plata atacaban la escollera y la rambla no invitaba a la altura del NH Columbia, en la Ciudad Vieja. “El domingo no podía ser más gris y este telón no podía ser más adecuado para ambientar el entorno del búnker de los blancos”, graficaba el texto de Federico Castillo y Martín Mocoroa. En la sede del PN se sufría la agonía de una derrota segura, en contraste con la excitación de la primera vuelta. La baja votación colorada no alentaba esperanzas, no había militantes entusiasmados, jingles ni estrado. Lacalle Pou, en su primer intento, se conformaba con superar el 40%. Tan poca expectativa había que muchos dirigentes preferían ver Barcelona-Valencia (hacía poco que Luis Suárez se había sumado a los culés) antes que las transmisiones periodísticas. El final de la noche lo encontró al candidato con los abrigos de sus hijos en un brazo y el termo y mate en el otro, esperando a su familia para irse a su casa.


Lacalle Pou, 2019

Jorge Batlle debió sufrir cuatro derrotas antes de llegar a la presidencia; Tabaré Vázquez, dos. En su segundo intento, el nacionalista Luis Lacalle Pou fue electo presidente en el balotaje del 24 de noviembre de 2019. Sin embargo, la noche terminó sin el reconocimiento del vencido, Daniel Martínez, luego de una noche con “subibajas emocionales”. A las 20.15 se había celebrado la victoria en la sede blanca como coronación de una tarde perfecta, pero dos horas después había silencio. “Se pasó del paroxismo a la incertidumbre tan rápido que dejó a todos desconcertados (…). Como que no hubo tiempo para el desahogo, para quitarse la presión y festejar la vuelta al gobierno después de 30 años”, describió Federico Castillo en la Búsqueda N° 2.048, del 28 de noviembre.

¿Qué había pasado? Minutos después de que Canal 12 lo diera como ganador, en TV Ciudad decían que había vencido el candidato del FA. “Los otros canales empezaron rápidamente a ajustar el resultado. En Canal 10 no se arriesgaba un ganador. Y entonces las luces de la victoria se fueron apagando de a poquito”. Recién la llegada a la sede en bulevar Artigas de Julio María Sanguinetti, veterano en estas lides y “padre” de la coalición victoriosa, trajo calma a los presentes. Con el paso de las horas se supo que Lacalle Pou era el ganador, aunque por menos de lo que se pensaba luego de la primera vuelta. Pero como Martínez no reconocía la derrota —el empresario devenido político Juan Sartori lo trató de “mala gente” e “irresponsable”—, la noche terminó de manera agridulce. “Vayan a sus casas”, pidió el que nadie dudaba sería presidente electo.

En el búnker frenteamplista, en el Hotel Cristal Tower del Centro, hubo dirigentes que le recomendaron a Martínez reconocer la derrota, consumada pese a la cantidad de votos observados y la escasa diferencia. La respuesta fue muy distinta: “Pasadas las 23.30 horas del domingo 24, Martínez subió al escenario golpeándose el pecho con una euforia desbordante. La clara derrota que vislumbraban las encuestas pasó a ser un ajustado triunfo para el blanco Luis Lacalle Pou y el candidato oficialista liberó la presión acumulada durante días”, escribió Raúl Santopietro.

El “trámite” se transformó en una pelea “voto a voto”. La emoción se hizo cuerpo en todos los dirigentes, con el candidato a la cabeza. “Intentaron enterrarnos, lo que no sabían es que somos semillas”, le dijo a la multitud. Casi tres años después no queda claro si ese mensaje fue hacia sus rivales, a la interna o a ambos; cualquiera de esas posibilidades tenía fundamento.

Información Nacional
2022-11-01T19:19:00