Pavarotti y los silbidos

Pavarotti y los silbidos

por Barret Puig

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Columna publicada el 30 de diciembre de 1992

El lunes 7, día de San Ambrosio y tradicional de la apertura en La Scala, Luciano Pavarotti se convirtió una vez más en noticia. Pero esta vez los cables de las agencias internacionales hablaron de “nube de silbidos” y los servicios de televisión vía satélite dedicaron casi dos minutos —que es más de lo habitual para temas importantes— para mostrar al divo saludando con una sonrisa forzada al terminar la representación de “Don Carlo” con que se abrió la temporada scaligera.

No sabemos si la representación fue filmada o grabada, aunque presumimos que si los noticiosos tuvieron esas imágenes que mencionamos es porque había cámaras autorizadas en La Scala. Si es así, tal vez algún día conoceremos exactamente qué pasó. Por ahora, nos atendremos a lo que el propio tenor ha dicho en una entrevista realizada en Milán: “me equivoqué por lo menos tres veces y fue en un momento en que el fiato no era el justo, es decir, llegué al agudo sin haberlo tomado en el momento más importante”. En la misma entrevista afirma que él habría silbado también si se hubiera encontrado entre el público escuchando a Pavarotti.

No es de la misma opinión Plácido Domingo, quien desde Viena —donde el sábado 19 cantó el Siegmund de “La Walkiria” por primera vez— interrumpió el silencio que guardaba preparándose para la importante función y dijo que “se ha exagerado mucho lo que ocurrió, todos podemos equivocarnos, pero ha habido un ensañamiento de la prensa que está en relación con lo ocurrido”. Agregó que “habría que pedir al público respeto por el cantante y que reserve sus silbidos, si es que está en desacuerdo, para el final de la interpretación, pero no durante la misma, porque de otro modo solo conseguirá ponerle nervioso y convertir en un fracaso total un fallo que cualquiera puede tener”.

Los silbidos en La Scala no son novedad, Chris Merrit, uno de los mejores tenores del momento, los sufrió cantando “I Vespri Siciliana”, como antes fueron silbados Herbert Von Karajan y antes aún —en un episodio que despertó tantos comentarios como éste de Pavarotti— María Callas. Por otra parte, no son ciertamente patrimonio del templo lírico milanés, pues es sabido que hay públicos más intolerantes dentro y fuera de Italia. Aquí mismo, en Montevideo fue silbado Enrico Caruso por una nota falsa. En Buenos Aires nos tocó presenciar cómo Giuseppe Di Stefano recibía una lluvia de monedas después de una desafortunada actuación en “Tosca”.

El pianista uruguayo Carlos Cebro, radicado en París desde hace casi 25 años y que ha sido acompañante de grandes cantantes, nos hacía notar en cierta ocasión que ésta de los silbidos es una manifestación que no se da en otros géneros musicales. Un pianista, un violinista, un director podrán ser recibidos con frialdad o hasta con alguna palabra de reproche, pero no tendrán “revoluciones en el gallinero” como ocurre con la ópera. Por lo visto, entre los aficionados al género hay muchos, aunque no todos, excesivamente temperamentales. Pero ¿es del caso reprocharlo, cuando también los grandes divos operísticos suelen serlo y de ello hay un extenso anecdotario?

En la entrevista que mencionamos, el propio Pavarotti responde a quienes desde hace años han propuesto cerrar el gallinero en los teatros líricos, que eso “es un absurdo, porque el gallinero y su público deben estar ahí, en su puesto”.

Es que la ópera tiene sus propias claves. Para esa función del “Don Carlo”, por ejemplo, la Asociación de Vendedores y Flores y Plantas de Milán había preparado adornos florales inspirados en las pinturas española y flamenca del siglo XV, época de la trama de esa ópera. Emplearon veinte mil claveles, hojas de laurel y adornos florifrutales que adornaban la fachada, el foyer y los palcos de La Scala.

Todo a lo grande y los silbidos, también. Los mismos que esta vez protestaron estarán prontos para ovacionar al tenor en la próxima. A menos que entre en “un momento en que el fiato no era el justo”...