Un prestidigitador de emociones que pide ayuda a un espectador y lo invita a volar

escribe Javier Alfonso 
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“La magia suiza”, dice el subtítulo de la nota de Emilio Irigoyen, publicada el 24 de marzo de 1994 y dedicada a analizar lo sucedido en la VI edición de la Muestra Internacional de Teatro de Montevideo, que organizaba la Asociación de Críticos Teatrales del Uruguay y que se conocía como el “festival de la crítica”.

El actual docente e investigador académico de la Facultad de Humanidades, quien se desempeñó durante varios años como periodista y crítico teatral en Búsqueda, dedicó un segmento de esta nota, titulada La fiesta fue correcta, a Ícaro, la obra de la compañía suiza Teatro Sunil que en los años siguientes protagonizaría uno de los acontecimientos más singulares de la escena uruguaya del último medio siglo. “El mágico Daniele Finzi Pasca (Suiza) resultó un prestidigitador de las emociones que con su italiano españolizado y toda la ternura del mundo despertó emociones a granel en el Notariado”, afirmaba Irigoyen en la introducción y destacaba que el espectáculo estaba entre lo mejor que había visto en esa primera semana festivalera.

Más adelante, desarrolló sus impresiones sobre la pieza unipersonal: “El Teatro Íntimo Sunil (Suiza) fue la pequeña y deliciosa sorpresa de la Muestra, Daniele Finzi, autor, actor y director de este cómico Ícaro, escoge a un espectador que será su compañero de cuarto en el manicomio donde el personaje vive desde hace algunos años. Con él planea una fantástica fuga, teniendo como única arma la imaginación. Sin salir de la habitación, la pareja hace un viaje por sus sentimientos y emociones, a caballo de diversas formas expresivas que Finzi domina a la perfección. Aunque un poco alargado (la versión original era más corta), mantiene con su espectador/compañero —y toda la sala— un contacto estrecho y permanente”.

Finalizadas las funciones pactadas, y debido al gran éxito que tuvo la obra, tanto de público como de crítica, Sergio Dotta, crítico y director teatral que se desempeñaba como uno de los principales organizadores de la muestra y principal responsable de la llegada de Finzi, le propuso continuar por fuera del festival, en cuatro funciones más que se agotaron rápidamente. Desde esa época, Dotta es el productor en Uruguay de todos los espectáculos de Teatro Sunil, que en 2011 se rebautizó como Compagnia Finzi Pasca.

Con esa grifa el creador helvético estrenó en Montevideo espectáculos de “teatro acrobático”, de gran porte, como Donka (2010), alucinante síntesis del mundo simbólico de Chéjov, encargada a Finzi en Moscú por los 150 años de su nacimiento, y La veritá (2013), una deslumbrante alegoría sobre el universo de Salvador Dalí, con una puesta que giró en torno a un telón original del genio catalán, que presidía el escenario del Auditorio del Sodre. Pero esas son otras historias. Volvamos a Ícaro. Y a su creador.

Oriundo de Lugano, la principal ciudad de la porción “italiana” de Suiza, Daniele Finzi Pasca cumplió 30 años en el año en que desembarcó en Montevideo. Se formó como actor, clown, director, dramaturgo y coreógrafo. En su temprana juventud pasó varios años viviendo en Calcuta, una experiencia de sensibilización social que resultó determinante para su modo íntimo y minimalista de abordar el hecho escénico, un concepto que bautizó tiempo después como “teatro de la caricia”. Al regreso, en 1983, junto con su hermano Marco y la actriz y compositora María Bonzanigo (entonces su pareja) fundó Teatro Sunil, compañía que plasmó su ideario que fusiona el teatro y la “clownería”, como él gusta denominar al arte del payaso de circo, con la que estrenó unos 25 títulos.

En 1991 estrenó Ícaro, obra escrita en italiano y luego traducida a seis idiomas y con 799 funciones en 127 ciudades, según la página web de la compañía. Finzi también escribió y dirigió para grandes compañías como Cirque Éloize de Montreal (Nómade, Nebbia y Rain, que vimos en el Solís). En 2005 su fama mundial y su prestigio artístico eran tales que fue convocado por el Cirque Du Soleil, quien le entregó un cheque en blanco que decía: “Hacé lo que quieras”. Finzi escribió y dirigió Corteo, espectáculo que hizo volver a sus fuentes clownescas al gran tanque de las artes escénicas fundado por Guy Laliberté.

Un año después dirigió la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Invierno, en Turín, tarea que repitió en la apertura de los Juegos de Invierno en Sochi (Rusia). Luego, junto con la actriz y directora Julie Hamelin comenzó a montar óperas en grandes salas europeas como la English National Opera. Sin embargo, Finzi Pasca siempre se hizo de tiempo y espacio para volver, cada tanto, a su Ícaro, el pequeño personaje envuelto en una bata blanca hospitalaria que lo consagró en medio planeta. Y Montevideo está entre sus sitios favoritos, a los que siempre regresó a reeditar su magia.

El productor

En 1993, como codirector de la Muestra Internacional de Teatro de Montevideo, Sergio Dotta viajó a la ciudad brasileña de Londrina, en el estado de Paraná. Asistió al festival que allí se realizaba, en calidad de programador, para ver y elegir espectáculos para traer a la muestra. Así recordó, consultado por Búsqueda para esta nota, cómo dio con esta obra que marcaría su camino como productor. “Una noche en la que yo estaba con una gripe del demonio, me dice la directora del festival: ‘Hacé reposo y quedate todo lo que necesites, pero andá a ver Ícaro’. Yo no tenía idea de qué era Ícaro. La vi con Daniele hablando en portugués. Como estábamos en el mismo hotel esa misma noche hablé con él para que viniera a hacerla a Montevideo”.

Dotta y Finzi se pusieron de acuerdo al instante. El acuerdo fue por dos funciones, en la muestra que tuvo lugar en marzo de 1994. Pero la recepción del público fue tan buena que terminó agotando cuatro funciones en el Teatro del Notariado. “Pocos meses después, en setiembre de ese año, fui al Festival Internacional de Teatro de Córdoba, ¿y quién estaba? Ícaro. Daniele me dijo que iba a estar varias semanas acá en la vuelta y me puse a buscar sala para volverlo a traer. Conseguí el Stella y lo traje de nuevo. Hizo un montón de funciones. Fue un exitazo”. De esta manera, sin proponérselo, Dotta se convirtió en el productor local de Finzi Pasca. “Así se consolidó este intercambio artístico y también una amistad que lo llevó a estar acá en casa muchas veces, así como a mí a su casa de Lugano”.

Poco después Finzi volvió para hacer un minifestival con Ícaro y otras dos obras de Teatro Sunil (Percosi obligatti y Giacobbe), junto con María Bonzanigo, la histórica compositora de la música de todos los espectáculos de la compañía, que además es actriz y coreógrafa. Y allí comenzó otro capítulo de esta historia, porque en el público estaba Hugo Gargiulo, un joven diseñador teatral uruguayo que vio la obra, quedó fascinado e hizo buenas migas con Finzi, tanto que viajó a Suiza, comenzó una relación con Bonzanigo y se unió a la compañía.

Desde hace más de 20 años Gargiulo es el escenógrafo estable del elenco y está en pareja con la compositora. Dotta también produjo la obra 1337, de Finzi, con la actriz mexicana Dolores Heredia, que entonces estaba en pareja con Finzi. Dotta produjo todas las visitas de Ícaro al Uruguay. Y al parecer lo seguirá haciendo: “Hace un mes y poco hablé con él y le dije que estaba apenado porque hacía mucho que no venía y no tenía noticias de que estuviera cerca de volver. Y me respondió: ‘Conseguí una fecha en el Solís y voy’. Así que en una de esas el año que viene lo tenemos de nuevo por acá, haciendo Ícaro en el escenario, visitando a sus amigos y comiendo fainá en Don Koto”.

La memoria de Reyes

La actriz, directora y dramaturga Laila Reyes Silberberg es una de las grandes amistades de Finzi en Montevideo. Su memoria guarda con precisión cada una de las visitas del Teatro Sunil a los teatros montevideanos durante más de 20 años, desde aquella primera vez de 1994, año en que después del debut volvió tres veces más. “En julio, en octubre y luego en noviembre”, según detalló a Búsqueda, consultada para reconstruir los pasos de Finzi Pasca por las tablas locales. “Ese año también dio un taller de dos días en El Galpón llamado El cuerpo del clown. “En julio de 1995, en el marco del Festival Personare, vinieron al Stella tres espectáculos del Sunil dirigidos por Daniele: Ícaro, Giaccobe y Percorsi obbligatti, obra de danza con Maria Bonzanigo y Nicola Marinoni”.

Ícaro volvió al Stella en julio de 1995, en ese mismo mes y en noviembre de 1996 y en el 2000. Reyes rememora que “en el 95 todos los integrantes del Sunil dictaron un taller de profundización en la línea del teatro de la caricia, titulado ‘Línea de luz’ en el que participamos una cincuentena de artistas”. La artista recuerda otros dos estrenos de Finzi en el Stella en ese intenso 1996: Patria y 1337, con Daniele y la actriz mexicana Dolores Heredia. Al año siguiente llegó a la Alianza Francesa Así se lanza el destino, dirigida por María Bonzanigo y Beatriz Sayad, con actuación de Hugo Gargiulo, otro de los nombres uruguayos asociados a la troupe de Finzi, pues poco después el artista viajó a Suiza y se enroló en la compañía, de la que es desde hace más de 20 años su principal diseñador de escenografía, además de estar unido afectivamente con Bonzanigo.

Siempre de acuerdo a la memoria de Reyes, Ícaro hizo una gran temporada en enero de 2004 en El Galpón, donde estuvo durante tres semanas de jueves a domingo. “Como siempre, agotando”. Cuando Gerardo Grieco dirigió el Solís puso sus ojos en Finzi Pasca, con quien estableció una fuerte alianza de producción. Tras el éxito de Donka, el principal teatro de la ciudad recibió a Ícaro, con varias funciones llenas en 2011 y 2012. La memoriosa Reyes recuerda con precisión la última función, hasta el momento, de este verdadero clásico internacional de la cartelera montevideana: el 3 de febrero de 2015 en el Auditorio del Sodre, ante 2.000 personas, agotado. Tal acumulación de aclamaciones llevó a que la Intendencia de Montevideo declarara ese año a Finzi como Visitante Ilustre de la ciudad.

El aura angelical

María Esther Burgueño, una de las principales referentes de la crítica teatral en Uruguay, desde hace 17 años a cargo de la Escuela de Espectadores, recuerda “perfecto” la primera llegada de Finzi Pasca, cuando ella integraba la ACTU, organizadora de aquellas muestras. “En aquel momento los festivales tenían sistemas de abonos con distintas grillas de programación. Entonces, tú estabas en una grilla y te cruzabas al entrar y salir con el público de otras grillas. Era un movimiento de masas importante. Recuerdo salir de una sala y cruzarme con alguien que me dijo: ‘Te toca ahora la del Teatro Sunil de Suiza. Es buenísima. Y allá fui al Notariado a encontrarme con Ícaro y con Finzi Pasca. Recuerdo el momento en que planteó su espectáculo, anunció que iba a elegir a alguien del público y dijo: ‘Ah, no vale, ahora todos miran para otro lado’. Después de un rato eligió a la persona que lo acompañaría en escena y empezó la magia. Inmediatamente hubo una gran corrida de voz en el ambiente teatral. Así nos enteramos que de Finzi había trabajado como voluntario con la madre Teresa de Calcuta y que era un desertor del ejército, que por objeción de conciencia no quiso formar parte del servicio militar, y que por esa razón había estado preso un tiempo. También supimos que mientras estuvo preso se le ocurrió que al salir haría espectáculos en las casas de la gente, para grupos pequeños de espectadores. Le llamó ‘teatro íntimo’. Llamó mucho la atención ese formato, y poco después apareció acá un espectáculo con ese formato llamado Menú de cuentos, y otras propuestas similares que iban al encuentro del público. Fue una gran novedad”.

Sobre ese pasaje inicial del espectáculo, en el que Finzi recorre la platea, conversa cara a cara con su público y lo escudriña en busca de la persona con la que compartirá la siguiente hora en el escenario, la persona a la que elegirá y a la que dará una serie de indicaciones para que se mueva en escena e interprete unos breves parlamentos, Finzi Pasca dijo a Búsqueda en 2015, antes de la gran función de Ícaro en el Sodre: “Nunca elijo a quien no quiere ser elegido… ni al que lo quiere demasiado”.

Burgueño remarca que sus recuerdos no tienen un cariz “demasiado crítico” sino que más bien son “descriptivos de las emociones y cosas que suscitaba” el suizo. “Eso es parte del impacto que genera verlo en escena”. Así es que su relato se sumerge en el halo místico que comenzó a rodear al artista helvético, conforme seguía visitando las salas uruguayas. “Con esta cosa del teatro íntimo, su antibelicismo y lo de la madre Teresa, a Finzi Pasca lo empezó a rodear una especie de aura casi angelical. De hecho, en una de las tantas funciones de Ícaro, eligió a una chica que era alumna de un colegio en el que yo daba clases, y recuerdo que la experiencia de esta joven fue algo así como que su vida había sufrido un cambio esencial”.

Burgueño asegura que durante aquellos años “muchas mujeres uruguayas se enamoraron de Finzi Pasca y su aire angélico”. En uno de los tantos regresos llevó a sus hijos a ver Ícaro: “Comprobé que la magia del fenómeno estaba intacta. Él seguía transmitiendo esa imagen de la sala de enfermos terminales de ese hospital, y seguía transmitiendo esa liberación a lo Ícaro con una convicción y con una fuerza actoral que dependían de un carisma personal muy grande”.

Filósofo cronista

Facundo Ponce de León es otro de los tantos espectadores uruguayos para quienes Ícaro fue un antes y un después en sus vidas. Pero en su caso, como en el de su esposa, Chiqui Barbé, y en el de otros como Gargiulo y Reyes, ese deslumbramiento fue seguido de un involucramiento directo, que implicó primero la inscripción a talleres y luego tomarse un avión y aterrizar en algún sitio cercano a los Alpes para trabajar en la Compañía Finzi Pasca. Ponce de León estuvo a cargo de la investigación histórica sobre Chéjov como parte de la producción de Donka. En ese tiempo en el que se afincó en Magadino, una pequeña villa costera suiza en el lago Maggiore, bien en el medio entre Locarno y Lugano, en una pausa de su carrera académica como filósofo, mantuvo una serie de conversaciones con el suizo, que giraron en torno a su periplo artístico y sus ideas alrededor de la creación escénica, y que dieron forma al libro Daniele Finzi Pasca. Teatro de la caricia (Ediciones FPH, 2009). Se trata de una obra imprescindible para comprender a cabalidad la potente influencia que Finzi ejerció y ejerce en una buena parte de la comunidad teatral uruguaya. Mucho más que sus reflexiones sobre su lenguaje estético, basado en la clownería, el libro de Ponce pone en negro sobre blanco que lo que Finzi aportó fue un bagaje emocional capaz de remover sentimientos en lo más íntimo y profundo del espectador. 

Así lo describe Ponce de León en la introducción: “He intentado mantener el espíritu de los encuentros, preguntas y respuestas que vuelven una y otra vez sobre las mismas cuestiones. Un viaje circular. Metáforas unidas por el hilo de la incoherencia; esa incoherencia que es tan difícil representar en un escenario y que, si se logra, se vuelve arte, resonancia interior, catarsis, conmoción. Una manera de resumir el trabajo de Daniele es justamente ese: representar la incoherencia de la vida, que no es lo mismo que su sinsentido. Es más, quizá sea su más profundo sentido, su poesía”. Y agrega: “Que la vida no es coherente es algo que de tan obvio lo perdemos de vista: soñamos con ser mayores cuando niños y ‘de grandes’ nos pasamos añorando la magia perdida; cuando reímos mucho se nos caen las lágrimas y en medio de un llanto doloroso aparece siempre algo que nos despierta una sonrisa. El clown juega con esta paradoja existencial, hace malabares con ella, la muestra y la esconde y la vuelve a mostrar. Todos reímos y todos lloramos, quien pretenda inclinar la balanza hacia alguno de los lados está traicionando el misterio, el lugar donde mora el sentido de la incoherencia. Daniele viaja por el mundo con la balanza sobre los hombros. Guardián del misterio, no para esconderlo sino para contarlo. Son historias pequeñas, proezas minúsculas de guerreros solitarios, de héroes perdedores”.

Este poderoso cargamento estético, conceptual y emocional fue bien apreciado, 15 años antes de la publicación del libro de Ponce de León, por el crítico de Búsqueda, que así cerraba en aquella nota de marzo de 1994 su breve pero contundente primera reseña de Ícaro: “Finzi no se mete con un espectador; le pide ayuda y lo invita a volar juntos. En las dos funciones del viernes 18 escogió a sendas adolescentes, que subieron rígidas, cohibidas, y terminaron profundamente emocionadas, una de ellas, llorando, como muchos de los espectadores. Además de risas, varias otras cosas brotan de la platea, como por arte de magia”.

Vida Cultural
2022-11-02T23:34:00